domingo, 15 de junio de 2003

Ascensión al Pico Anzo (2.074 m.).

He organizado esta ruta para el grupo de Tai chi de Roberto (cliente y amigo de "La Cesta Biológica"), quienes ya vinieron a Picos cuando trabajaba en el albergue de Santa Marina. Se han alojado allí durante el fin de semana y hoy domingo me he reunido con ellos en Santa Marina para llevarles a la Majada de Montó. Mi hermana Laura se ha apuntado para acompañarnos.

Se han quedado todos impresionados de la frondosidad y belleza de los bosques de Santa Marina, que en esta época del año se presentan realmente exultantes. A pesar de la subida, un tanto moderada, todos logran llegar a la Majada de Montó aunque divididos en varios grupos.


En lo alto de las vegas de Montó sacamos los bocatas y comimos todos juntos hasta que a mí se me ocurrió la idea de alcanzar alguna de las cumbres cercanas. La mayoría optaron por quedarse con Roberto para asistir a una de sus sesiones de Tai chi. Pero yo, Laura y alguno más (los más deportistas) nos lanzamos a la aventura de subir hasta alguna cumbre.



Algunos subieron tan rápido que les perdimos la pista, pero Laura y yo fijamos la vista concretamente en el Pico Anzo (2.074 m.) y no descansamos hasta que llegamos a la cumbre.

De alguna manera, esta ruta pone punto final a una etapa muy especial de mi vida, un invierno entero viviendo en los Picos de Europa, un invierno en el que ha habido mucha nieve y de la que me llevo muchos recuerdos...

lunes, 5 de mayo de 2003

Crónica del Invierno 2002-03 en Santa Marina de Valdeón.

He pasado siete meses en los Picos de Europa trabajando para la empresa Recursos Turísticos Valdeón, S. L. La mayor parte de mi trabajo ha consistido en atender los servicios del Albergue "La Ardilla Real": He atendido la cocina, el bar-restaurante, las habitaciones... A veces me acercaba al Camping "El Cares" para comprobar que todo estuviera en orden.

Ha sido una etapa muy especial, en la que por primera vez he podido conocer de cerca lo que significa vivir en el medio rural rodeado de montañas, en uno de los pueblos más bonitos de la provincia: Santa Marina de Valdeón.




Apenas éramos diez habitantes durante el largo invierno conviviendo en un pequeño pueblo de la Montaña Leonesa. Carlos, con sus caballos guardados en el establo durante los temporales de nieve, vive con su madre Mª Gloria, y se pasó el invierno aprendiendo a manejarse con el ordenador e internet gracias a las clases que le fui dando.




A cambio le echaba una mano de vez en cuando en sus cuadras, sobre todo cuando tenía que curar a algún caballo, cuando nacía un potro o cuando "Valdeón", su semental, tenía que cubrir a alguna yegua. En alguna ocasión también le acompañé con los caballos para llevar de ruta a los turistas.

Con Josefa y Eusebio, mis vecinos, pasé largas tardes sentado al calor de la lumbre y charlando de nuestras vidas mientras saboreábamos el delicioso café de puchero que Josefa preparaba con cariño. Con ellos aprendí muchas cosas de la vida rural: Eusebio era experto en la siega con guadaña; a pesar de su avanzada edad manejaba el hacha como nadie en el pueblo, él me enseñó a cortar la leña y a desmenuzar los grandes tocones con el hacha y las "pines". También me enseñó a untar la pala con manteca de cerdo para evitar que la nieve se pegue a la pala. A fijarme en la luna para no cortar la leña en luna llena, pues no ardería la madera (y es totalmente cierto, pude comprobarlo). También me enseño a tener cuidado con los "cimbriones" (grandes acúmulos de nieve que se forman en los bordes de los tejados por la acción del viento) y a quitarlos con grandes varas de madera... En fín, un montón de cosas.



Pepe vive solo al lado de la casa de María, su hermana, que a su vez vive con sus hijos Fonso y Manolo. Los cuatro viven del ganado, y se pasaron el invierno llevando vacas de cuadra en cuadra por todo el pueblo.


Ludivina vivía sola con su perro en una casa apartada del pueblo. No hablaba con nadie, ni siquiera cuando salía a comprar al frutero ambulante intercambiaba una sola palabra con sus vecinos. La pobre anciana salía de su casa vestida con un abrigo negro andrajoso, con un bombin sobre una peluca negra y con su cachaba con la que azotaba a su perro... era digno de ver. Su casa era la antigua cantina del pueblo. Cuentan sus vecinos que cuando vivía su marido, tenían que bajar a recogerlo de Posada porque no se tenía en pie de la borrachera que llevaba encima; pero al entrar en su casa se encontraban a Ludivina con una cogorza todavía más tremenda...



A Balbino y Orfelina también se les veía poco. Vivían a la salida del pueblo y apenas salían de casa. Por lo visto no hacen buenas migas con los vecinos, enfrentados desde hace años por el trazado de la futura carretera que atravesará el pueblo hacia Posada.


Francisco y María también viven de las vacas, y apenas se les vió pasear por las calles del pueblo, además María estaba un poco delicada de salud y cada poco marchavan a León. Y el resto de los vecinos del pueblo dejaron sus casas vacías durante el crudo invierno para pasarlo con sus familias en León: Daniel y Fermina, Amable, Generosa... tan solo venieron algún fin de semana de buen tiempo.



El Camping se encuentra aislado a un kilómetro del pueblo. Dado que tendría que acudir allí prácticamente a diario, lo primero que hice fue buscar una vereda que me condujera lo más rápido posible sin tener que hacer todo el recorrido por el camino asfaltado.



Allí se encontraba Sole con toda su prole. Sole era una gata que un día apareció con sus dueños, unos turistas quienes la avandonaron en el camping. Desde entonces se hizo dueña y señora de las instalaciones del camping, y por lo que cuentan lo defiende a capa y espada contra cualquier intruso que se atreva a adentrarse en su territorio. Incluso la han visto espantar a los jabalíes que intentan entrar desde el cercano bosque.



Vivía en una caseta junto a otros tres gatos, y cada vez que me veían aparecer por los setos se ponían como locos porque sabían que les llevaba la comida.



Una de mis primeras tareas en el Camping consistió en retirar la hoja caída durante el otoño, podar los setos y recolectar leña para llevarla al albergue. No era tarea fácil, pero disfruté de aquellos días de soledad trabajando tranquilamente en el camping y con la Sole pegada a mi sombra.



Pero el invierno estaba al caer y la nieve no tardó en llegar, más pronto de lo que yo esperaba, de hecho me sorprendió sin tener preparada toda la leña necesaria para pasar el invierno. El 2 de noviembre amaneció ya con una fina capa de nieve sobre el pueblo.





Pero apenas llegaron turistas por el pueblo. Tan solo alguna reserva esporádica y algún visitante que se dejó caer por allí durante los fines de semana. Al principio me costó organizarme yo solo para atender a la vez habitaciones, bar y cocina; llegué incluso a poder atender yo solo hasta 15 comensales sin problemas. Cuando las previsiones de visitas eran mayores, sobre todo en los puentes, Rogelio, me jefe, me traía una flota de ayudantes.



Un día a Carlos se le perdió un potro en lo alto del puerto. Lo buscamos durante varios días hasta que al fin apareció pastando en solitario en unos prados próximos a Portilla de La Reina. Estaba claro que algo lo había espantado para irse tan lejos, pero la sorpresa llegó cuando Carlos se acercó para comprobar que tenía todo el costillar abierto: Le había atacado un oso. Al potro no le pasó nada, salió del trance pero se pasó el resto del invierno encerrado en las cuadras mientras se curaba de las heridas.






En otra ocasión se dejó caer por allí un caminante solitario que me pidió alojamiento gratis una noche a cambio de una ayuda en mis tareas. Venía caminando desde Barcelona, sin dinero, acompañado de un perro que se le pegó tras su paso por las montañas de Cantabria. Su intención era llegar a Santiago de Compostela, era la quinta vez que realizaba el camino y se proponía volver a Barcelona en las mismas condiciones. Por supuesto que le alojé, a cambio únicamente de que me contara sus vivencias durante aquella larga aventura. Charlamos largo y tendido hasta bien avanzada la noche a la luz de la lumbre. Al día siguiente partió temprano acompañado de su perro, y mientras le veía desaparecer en el horizonte pensaba en cuándo podría yo lanzarme a una aventura como esa.

Aproximadamente un mes después, mientras miraba impactado las imágenes del naufragio del Prestige en las costas gallegas por la televisión, pude reconocer a aquel tipo trabajando en las labores de limpieza. Había sido uno de los primeros en apuntarse voluntario y le entrevistaron en varias televisiones, incluso el Rey se acercó para estrecharle la mano. Menuda aventura la de aquel hombre...




Mientras tanto, las nevadas se sucedían en el valle y en Santa Marina nos quedamos incomunicados varios días hasta que veíamos aparecen la máquina quitanieves.

Las heladas eran escalofriantes. Había que tener cuidado con los chupiteles que colgaban de las cuadras y del propio albergue...

El 29 de enero cayó la nevada más fuerte. Viendo las condiciones meteorológicas mi jefe me desaconsejó que fuera a Santa Marina, pero yo cogí el coche desde León y con las cadenas puestas y mucho cuidado conseguí llegar a Posada. Estaba especialmente preocupado por Sole y su prole, que llevaban ya varios días sin comer aislados por la nieve.






En Posada tuve que esperar varias horas hasta que Juan Ramón pudo abrirme la carretera hasta Santa Marina:


Tardé una hora el recorrer los tres kilómetros de subida a Santa Marina. En el pueblo llevaban ya tres días incomunicados. Mientras subía lentamente pensaba en cómo llegar al camping con tal cantidad de nieve recién caída.



Tan pronto como llegué al albergue abrí hueco para poder dejar el coche, me puse las polainas y con la nieve hasta la cintura intenté abrirme camino hacia el camping. Tan pronto como Eusebio tuvo conocimiento de mis pretensiones, agarró sus botas y me acompañó. Cuando conseguimos llegar no había rastro ni de Sole ni de sus congéneres.

Pero a los pocos días la Sole apareció maullando a la puerta del albergue. La dejé entrar y se pasó conmigo el resto del invierno. Tan pronto como llegó la primavera ella sola se marchó al camping y allí se quedó.



A partir de la Semana Santa el albergue comenzó a llenarse ya de contínuo todos los fines de semana. Esos días eran agotadores, todo el día trabajando sin descanso: A las siete de la mañana había que preparar los primeros desayunos, después de limpiar las habitaciones había que preparar los menús de la comida; las comidas se extendían hasta las seis de la tarde, luego con las cenas, hasta las doce o la una de la mañana... Y al día siguiente más. El único respiro llegaba cuando regresaba a León.





Mientras tanto en León la tienda comienza ya a contar con una clientela fija y resulta necesario plantearse un apoyo logístico y un nuevo enfoque hacia otros servicios (repartos a domicilio, búsqueda de nuevos productos, abrir vías de distribución a los nuevos agricultores ecológicos, diseñar un espacio web, etcétera).



Así que hace aproximadamente un mes tomé la decisión de dejar el trabajo. Rogelio, mi jefe, no se lo ha tomado mal. Pero sí que voy a echar de menos a mis vecinos y amigos Josefa y Eusebio, a Sole, a las noches blancas y silenciosas, al olor de la leña quemada, al sonido del ganado pastando en los montes, a los venados y su berrea, al arrendajo, a las chovas, a los zorros que usmean por las noches en los gallineros, a los lobos que no se dejan ver pero se les intuye, al oso que merodea por el bosque...