jueves, 27 de mayo de 2010

Ascensión al Pico de Las Llanonas (1.903 m.) y La Fitona (2.041 m.).

La Cuenca Alta de los ríos Torío y Curueño conforma uno de los paisajes montañosos más inóspitos e inaccesibles de la Cordillera Cantábrica. El Pico de Las Llanonas y el Alto de la Fitona forman parte de la hilera de cumbres que marcan el límite provincial entre León y Asturias.

Precisamente es esa hilera de cumbres la que tengo que recorrer a lo largo de la octava jornada de mi Travesía Transcantábrica, la que discuirre entre el Puerto de Piedrafita y el Puerto de Vegarada. Pero el tiempo no me ha acompañado y desgraciadamente he tenido que hacer todo en recorrido envuelto en un espeso y húmedo manto de niebla.

Esta es la única imagen que pude sacar de ambas montañas desde lo alto del Valle Aguazones, donde nace el Río Torío. La tomé en las primeras horas de la jornada, poco antes de iniciar la ascensión desde Piedrafita.

A medida que me fui acercando a Piedrafita iba aumentando la nubosidad, pero todavía podía distinguir el itinerario que debía seguir. Esta es la Casa del Puerto; al otro lado de la peña que se ve al fondo se encuentra el Valle de Bucipeñas que es por donde voy a realizar la ascensión.

Empecé a subir por una senda que ascendía desde los restos de una antigua explotación de marmol, pero la senda desapareció en medio de la espesura de los brezos y pronto me vi metido en la ladera de un monte plagado de piornos y brezos, solo con la ayuda de algunos neveros pude ir ascendiendo más cómodamente. Pero en cuanto alcancé los 1.800 m. de altitud desaparecí en medio de la niebla. No era capaz de ver nada más allá de dos metros, de modo que lo único que podía hacer era guiarme con la ayuda del mapa y de la brújula, hasta que de pronto llegué a este punto.


No podía ser otro lugar, era el Pico de Las Llanonas (1.903 m.), este hito indicaba el lugar. Ahora lo único que podía hacer era seguir caminando en dirección Este hasta el Collado de La Madera sin perder vista al límite provincial. Lástima que no pueda disfrutar de las vistas que tienen que ofrecer estos cortados.

Frío, lluvia, niebla... las gafas se me empapaban y no podía ver nada. Tenía que caminar extremando al máximo las precauciones para no despistarme por alguno de los barrancos que caían hacia el norte.

En el Collado de La Madera encontré una dolina donde me metí para resguardarme del viento y para calentarme una sopa para comer. Allí no había ninguna señal de vida, no había ganado, no había sendas ni veredas, me sentía totalmente aislado en medio de la nada.

Después empecé una ascensión que se me hizo interminable, tenía el frío metido en el cuerpo y estaba agotado, el viento soplaba con fuerza y chispeaba sin cesar. En cuanto llegué al Alto de La Fitona (en la foto) estaba más preocupado por la bajada que otra cosa; se me estaba haciendo tarde, no se veía nada y tenía que encontrar una vía para el descenso que no me llevara por ningún cortado. Estaba realmente preocupado, fue sin duda el momento más delicado de toda la Travesía Transcantábrica.

En otras circunstancias hubiera seguido caminando hasta llegar a las Peñas del Faro, pero en ese momento lo que primaba sobre culaquier cosa era descender con seguridad hasta encontrar una vega o una majada donde poder acampar.

Al día siguiente pude ver por fin dónde me encontraba y pude distinguir al fondo la Peña del Faro. Ya estaba muy cerca del Puerto de Vegarada para continuar con mi travesía.


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