domingo, 31 de julio de 1994

Ascensión a Peña Ubiña (2.417 m.).

Peña Ubiña es una montaña estética, triangular por todas sus caras, que sobresale altiva en la Cordillera Cantábrica. Por su independencia, majestuosidad y sus 2.417 m. de altitud ofrece dilatadas panorámicas que la convierten en uno de los puntos neurálgicos del montañismo leonés y asturiano. Jose Ramón Lueje escribió infinidad de artículos sobre esta montaña de la que fue un ferviente enamorado y confeccionó el primer mapa del Macizo de la Ubiña.

La ascensión a esta montaña tan emblemática de la cordillera ha surgido de la manera más improvisada posible, convirtiéndose además en mi primera ascensión fuera de los Picos de Europa.

Un domingo, como otro cualquiera, llamo a mi amigo Raúl y le digo que me acompañe para pasar una jornada montañera por algún lugar cercano todavía sin determinar. No llevamos equipamiento alguno, ni comida, ni agua, nada, tan solo nuestras ganas de aventura y de soltar adrenalina. Tampoco llevamos la cámara de fotos por lo que no puedo ilustrar esta crónica con imágenes reales de nuestra expedición.

Salimos temprano, con el Fura, en dirección al Puerto de Pajares. En Villamanín paramos a desayunar en la Casa Ezequiel, parada obligada cuando íbamos a esquiar con mis padres a Pajares. Sacamos el mapa de carreteras y decidimos bajar el puerto hasta Campomanes para luego adentrarnos en el Valle del Huerna. La carretera discurre a lo largo de unos 20 kilómetros por parajes realmente sorprendentes, pasando por hermosos pueblos como Telledo o Riospaso. Finalmente nos deja en el pueblo de Tuiza de Arriba, donde termina la carretera y parte una pista sin asfaltar que llega al Puerto de La Cubilla.

Como todo esto es nuevo para nosotros decidimos aparcar el coche en Tuiza y darnos una vuelta por el pueblo. Un paisano nos recomienda que subamos por la senda hasta la Vega del Meicín, a 1.549 m. de altitud donde se encuentra un refugio que sirve de base para las ascensiones a Peña Ubiña.

En menos de una hora llegamos al refugio. Bebimos agua en su fuente y nos acercamos a ver la laguna que se encuentra en el fondo de la vega, pero yo no quito la vista del Alto Terreros y me pregunto qué panorámica podría ofrecernos aquel collado. Miro el reloj y le digo a Raúl: "¿Qué te parece si subimos hasta allí arriba?". Dicho y hecho. Casi sin darnos cuenta nos plantamos en el collado situado a 1.892 metros de altitud. Las vistas son magníficas, miremos por donde miremos, lástima no haber traído la cámara. De vez en cuando echo un vistazo al reloj para calcular el tiempo necesario para nuestro regreso, es media tarde, no podemos demorarnos mucho.

Pero me resisto a que este sea el final de nuestra aventura. Raúl no lleva en los pies más que unas simples deportivas viejas y maltrechas, es la primera vez que se mete en terreno montañoso, no está acostumbrado a este tipo de andurriales, él es más de llanuras extensas salpicadas de pequeños cerros con algún castillo medieval. Pero estoy viendo la cumbre de la mismísima Peña Ubiña a tiro de piedra, apenas me separan de ella 500 m. de desnivel. Le digo a Raúl que me espere por el collado o que vaya bajando si quiere mientras yo trepo por la peña hasta intentar alcanzar la cumbre.

Cuando llego a la mitad de la ascensión miro hacia atrás y me encuentro al terco de mi amigo agarrándose como puede a las rocas para intentar seguirme. Le hago gestos para que desista en su empeño pero no consigo nada. Finalmente decido esperarle y trepamos los dos juntos los últimos metros de la montaña; las ganas de alcanzar la cumbre nos da fuerzas sobrehumanas; cuando vimos asomar el vértice geodésico no nos lo podíamos creer. ¡Estamos en la cumbre de Peña Ubiña!

Nos asomamos a la vertiente oeste del macizo y nos quedamos impresionados de la caída. También la vista de los cercanos Picos del Fontán es impresionante. Y hay una placa en la que figuran unas escrituras en memoria de unos montañeros accidentados y muertos durante una ascensión invernal a la montaña. Pero no tenemos más tiempo, es tarde y me preocupa el descenso, el calzado de Raúl no es apropiado para andar por aquí y me siento responsable de su seguridad. Si su madre se entera que lo he traído hasta aquí me mata.

Ha sido una experiencia increíble y totalmente improvisada que me ha servido para darme cuenta de que existen otras muchas montañas realmente interesantes fuera de los Picos de Europa. Para Raúl también ha sido toda una experiencia inolvidable y está dispuesto a repetirla cuanto antes.
Ok, la próxima: El Susarón.

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