lunes, 23 de septiembre de 1991

Ruta ciclista a los Picos de Europa.

Esta aventura tiene un antecedente histórico que se remonta al 1 de julio de 1954. Tres muchachos de Astorga que rondaban los veinte años de edad se embarcaron el una aventura que no olvidarían durante el resto de sus vidas. Julio, Lorenzo y Tancio cogieron sus bicicletas, prepararon sus macutos y se fueron pedaleando desde Astorga a Asturias atravesando la Cordillera Cantábrica por el puerto del Pontón.





Julio era mi padre, y tan pronto como me compró mi primera bicicleta, me relató aquella aventura con todo detalle:


El primer día recorrieron 110 km. entre Astorga y Cistierna. Recuerdan que por aquella época circulaban tan pocos coches que era todo un acontecimiento ver a tres chicos con sus bicicletas pasando por cada uno de los pueblos. En Cistierna buscaron alojamiento barato y les recomendaron la casa de una señora del pueblo que disponía de camas para los forasteros. Al ver que aquella señora tenía dos hijas muy guapas decidideron quedarse a dormir aunque fuera directamente en el suelo del pasillo... Por la noche Julio y Lorenzo no desaprovecharon la oportunidad de salir al baile del pueblo acompañando a aquellas dos señoritas tan monas, mientras Tancio se quedaba sólo en la habitación escribiendo a su novia de Astorga.

Al día siguiente aquella hospedera tan generosa les llenó los termos de un riquísimo ponche y partieron hacia el Pontón. Pasaron por Crémenes, Riaño, Vegacerneja, el Puerto del Pontón, Oseja de Sajambre... estaban realmente impresionados al ver aquellas Montañas de las que no estaban acostumbrados. Comieron en el cruce con Soto de Sajambre y continuaron bajando hasta que llegaron a media tarde al pueblo de Caño. Hacía tanto calor que Julio no pudo evitar la tentación de lanzarse a las frías aguas del río Sella, hasta que un guarda del coto de pesca lo sacó de allí a gritos. Se trataba de un coto privado donde solía ir a Pescar el "Generalísimo Franco"; incluso les llevó a su casa para enseñarles las fotos que conservaba de Franco pescando en aquellas aguas.

Bajaron a dormir a una hospedería de Cangas de Onís y allí se quedaron durante todo el día siguiente haciendo turismo. A la mañana siguiente subieron a Covadonga y pasaron otro día entero recorriendo los atractivos turísticos de la zona. Tancio se olvidó sus gafas en la Basílica y tuvieron que regresar de nuevo a Covadonga desde Cangas, antes de partir hacia Gijón, su siguiente destino. Habían enviado una maleta desde Astorga a Gijón con ropa limpia y elegante para poder disfrutar de sus días de vacaciones en la costa.


En Gijón permanecieron seis días hasta que regresaron a León subiendo por el Puerto de Pajares. Pero al llegar a Puente de los Fierros estaban tan reventados que aprovecharon que pasaba un tren para subirse y evitar tener que pedalear el Pajares, todo un "rompepiernas". En Busdongo se bajaron del tren y continuaron pedaleando hasta llegar a Astorga.

Por primera vez en muchos años estoy disfrutando de un verano dedicado plenamente para mí, sin tener que preocuparme de los estudios y disfrutando de todo el tiempo del mundo para mi ocio y tiempo libre.



En junio aprobé la Selectividad con una nota aceptable de 5,78 (5,80 con la revisión posterior); el 2 de julio realicé la Preinscripción en la Universidad de León solicitando plaza para la Facultad de Veterinaria, pero el 23 de julio me notificaron que mi nota de la Selectividad era insuficiente para que me admitiesen en Veterinaria, de modo que me confirmaron plaza en la Facultad de Biología, que era mi segunda opción.


He pasado todo el mes de agosto en Llanes y, entre otras cosas he re-descubierto los Picos de Europa recorriendo aquellos parajes con mi bicicleta. A mediados de agosto tuve que regresar a León porque me habían declarado "Util para el Servicio Militar" (se me había olvidado solicitar el último aplazamiento...). Así que no tuve más remedio que hacerme "Objetor de Conciencia" y aproveché para visitar a mis amigos Alberto y Tato con el objeto de convencerles para que se vinieran conmigo a los Picos de Europa antes de que iniciemos los estudios universitarios.


Alberto y yo hemos salido juntos en numerosas ocasiones con las bicis por los alrededores de León, de modo que me vino a la cabeza aquella aventura de mi padre con sus amigos hace 37 años y les convencí a los dos para que hiciéramos algo parecido. Además, los tres tenemos la misma edad que ellos cuando lo hicieron. Sería una bonita forma de despedir este verano tan especial y de homenajear de alguna manera aquella aventura de mi padre.


Planificamos entonces irnos en bici a los Picos de Europa el 19 de septiembre, quedarnos unos días por allí, hacer alguna ruta turística y regresar de nuevo con las bicis el día 23. Unos días antes, le dimos a nuestro amigo Juan de Crémenes la tienda de campaña para que pudiéramos cogerla cuando pasemos por su pueblo, ahorrándonos así peso considerable durante al menos los primeros 75 kilómetros.


El miércoles 18 de septiembre por la tarde nos reunimos los tres para supervisar nuestros macutos y repasar la planificación de nuestro viaje; teníamos que organizar espacio suficiente para llevar la ropa necesaria, víveres en abundancia para todos los días y dejar espacio para repartirnos el material de acampada. Llevamos pan, chorizo, jamón, lomo, queso, galletas, leche condensada, huesitos, latas de conservas, isostar, agua... y poco, muy poco dinero.


Con unos 10 Kg. cargados a la espalda y una adrenalina que nos salía por las orejas partimos el jueves 19 temprano rumbo a Cistierna, donde teníamos planificado realizar una parada para descansar y comer. Alberto salió con tanta euforia que le metió caña a la bici durante los primeros 10 kilómetros hasta perdernos de vista, pero poco antes de llegar a Mansilla de las Mulas nos lo encontramos tirado en la cuneta con una pájara monumental. "Me duele la cabeza, estoy mareao", decía.
Pronto se recuperó y durante los siguientes 40 kilómetros fuimos los tres juntos pedaleando tranquilamente haciendo relevos para contrarrestar el efecto del viento. Llegamos a Cistierna poco antes de la una de la tarde. A la salida de Cistierna paramos un poco para mear, descansar y comer un poco.
Por la tarde seguimos pedaleando hasta llegar a Crémenes donde nos esperaba Juan con la tienda de campaña. No queríamos ni pensar el tener que aumentar el peso de las mochilas con esos hierros y esas lonas. En el bar de Juan nos repartimos el material y sin más demoras continuamos ruta hacia Riaño.


Tras subir la presa de Riaño a mí me subió el tono muscular y comencé a pedalear como un bestia dejando atrás a los dos rezagados. Pero poco antes de llegar a Carande me entró tal pájara que acabé tirado en la cuneta chupando leche condensada como un bebé hambriento... Lo peor fueron las risas de Tato y Alberto cuando pasaron por delante.


A media tarde llegamos los tres juntos a las calles medio desérticas del nuevo Riaño. Estábamos tan reventados que decidimos quedarnos por allí y desistir de nuestro empeño de llegar a los Picos en el mismo día. Habíamos recorrido ya 94 kilómetros. A la salida de Riaño había un cartel enorme con la planificación de la nueva urbanización de Riaño donde figuraba la ubicación de un camping. Fuimos hasta aquella ubicación pero allí no había nada más que maleza. Preguntamos en el pueblo y nos dijeron que el camping más cercano se encontraba en Boca de Huérgano, el siguiente pueblo a unos 8 kilómetros en dirección a San Glorio.


Llegamos a Boca de Huérgano a eso de las ocho de la tarde y allí se encontraba un camping cerrado a cal y canto y medio destartalado. Nos dijeron en el pueblo que podíamos saltar y montar allí la tienda, así que eso fue precisamente lo que hicimos.
Nos aseamos como pudimos y fuimos a un bar a tomar unas cervezas con algo de embutido del pueblo. No había casi nadie, pero unos paisanos nos dieron conversación y nos contaron historias del Oso Pardo y del Lobo. La charla estuvo muy interesante pero estábamos tan molidos que nos fuimos pronto a dormir.


A media noche comenzamos a oir ruidos muy extraños alrededor de nuestra tienda. Estábamos acojonados, era la primera noche que pasábamos juntos en el monte. Ni corto ni perezoso Tato sacó su navaja y decidimos los tres salir de la tienda a ver quién merodeaba por allí. Con las historias del Oso Pardo y del Lobo que nos habían contado los lugareños del pueblo estábamos ya prepaparados para enfrentarnos a una gran bestia salvaje, pero lo que realmente encontramos fue un caballo perplejo pastando tranquilamente al lado de nuestra tienda.


Con las primeras luces del alba nos despertamos temprano envueltos en un manto de niebla y humedad. Lo primero que hicimos fue desmontar el campamento y buscar un bar en el pueblo donde poder desayunar. Estaba todo cerrado, pero un hombre mayor advirtió que estábamos buscando algo y nos preguntó. Precisamente aquel hombre era el propietario del bar más antiguo del pueblo y nos abrió su establecimiento para que pudiéramos desayunar. Nos sirvió unos cafés acompañados de una cesta repleta de magdalenas y sobaos deliciosos.


Tan pronto como terminamos de desayunar nos montamos en las bicis y con gritos de dolor dimos los primeros pedaleos. Teníamos los culos destrozados por el sillín del día anterior. En cuanto se disipó la niebla se quedó una mañana con el sol radiante, la brisa fresca de la mañana, un paisaje espectacular... A los pocos kilómetros tuvimos que parar porque a Tato le entraron ganas de cagar. Luego, al llegar a Portilla de la Reina el turno para liberar el lastre fue de Alberto, quien cometió la torpeza de bajarse al puente sin un paquete de clines... aunque pudo apañárselas con un envoltorio de los Donuts que se acababa de zampar.
Durante todo el trayecto por las Tierras de La Reina apenas nos cruzamos con coches, y acometimos la subida del Puerto de Pandetrave casi sin darnos cuenta, aunque el viento a favor nos ayudó considerablemente. A eso de la una de la tarde llegamos a las últimas rampas del puerto, prácticamente sin bajarnos de las bicis. La imagen de los Picos de Europa asomando sobre el horizonte fue algo que no olvidaremos jamás, estábamos eufóricos, rápidamente nos soltamos de las bicis y comenzamos a disparar fotos. Imaginé entonces la sorpresa de mi padre cuando asomaron a estas montañas, es realmente impresionante.

Para celebrarlo sacamos el pan y abrimos una lata de pulpitos. Pero nos quedaba lo mejor, descender por el puerto hasta Santa Marina de Valdeón, donde se encuentra el Camping. El primero en lanzarse a "tumba abierta" por aquel descenso fue Tato, del que perdimos a pista a los pocos metros. Alberto y yo bajamos más prudentemente disfrutando del paisaje, y yo no pude evitar la tentación de detenerme a tirar algunas fotos de vez en cuando. Me encantó ver aquel pueblecito tan bonito rodeado de pastos y metido en aquel valle en medio de los Picos.
Cuando llegué a Santa Marina me encontré a Tato y Alberto haciéndome señales con las manos y la marca de una rodada de bicicleta plasmada en el asfalto. Y es que la carretera de pronto desaparece, hay que coger un camino rural que conduce al interior del pueblecito. Tato casi se estampa contra la cuneta y lo mismo le ocurrió a Alberto. Yo como estaba avisado tomé las precauciones oportunas y frené justo a tiempo.

Lo primero que hicimos al adentrarnos en el pueblo fue buscar un bar, y encontramos una vieja cantina llamada "Bulnes" que además de servir bebidas surtía al pueblo de todo tipo de cosas, a modo de tienda rural. Le preguntamos al paisano dónde se encontraba el Camping y nos dio las indicaciones necesarias. No había casi nadie por el pueblo, tan solo algunas gallinas, gatos y alguna vaca. Pero al llegar al camping nos encontramos con bastantes turistas.


Alquilamos una plaza para nuestra tienda de campaña y aparcamos las bicicletas. Sacamos la comida y comimos tranquilamente sentados en la hierba mientras contemplábamos aquel paisaje sobrecojedor. Por la tarde nos dedicamos a descansar, relajarnos, salir a pasear, jugar al billar, consultar nuestra economía y planificar la ruta que íbamos a hacer al día siguiente.
Echamos un vistazo al mapa que tenían colgado en el camping y nos recomendaron subir a la Vega de Liordes, a más de 2.000 metros de altitud, para contemplar desde allí las vistas del Macizo Central y el Collado Jermoso. Nos hablaron de un refugio que había por allí arriba.
A la mañana siguiente partimos hacia el Caben de Remoña subiendo por un sendero que partía desde el mismo pueblo. Fue una subida agotadora, pero subimos como tiros y cuando llegamos al Caben nos impresionó la vista del otro valle y los murallones de los Picos de Europa tan de cerca.
Subimos por la senda de la Canal de Pedabejo hasta llegar a lo alto del Collado Remoña donde nos encontramos con la vista del Macizo...

Nos sentamos en la roca para comer delante de la inmensa Vega de Liordes. Después comenzamos a descender tranquilamente hasta que nos sorprendió una tormenta bajando ya del Caben de Remoña y poco antes de llegar a Santa Marina los rayos eran tan estruendosos que bajamos corriendo dando brincos por encima de las zarzas. Llegamos al camping y desde la cafetería pudimos disfrutar de los espectaculares rayos que caían alrededor, uno de ellos cayó en el mismo camping, fue impresionante, lo más cerca que hemos estado nunca de una tormenta.

Al día siguiente nos quedamos por la zona haciendo algo de turismo, bajamos a Posada de Valdeón y pasamos buena parte de la tarde-noche en la plaza de Santa Marina de Valdeón; habían organizado una fiesta en el pueblo amenizada por un hombre que tocaba el acordeón y era gracioso ver a las gentes del pueblo disfrutando de aquel improvisado festejo.
El día 23 por la mañana partimos con nuestras bicicletas hacia Posada temerosos de la subida que nos esperaba con el Puerto de Panderrueda. Era una mañana de sol radiante pero un manto de nubes subió por la Garganta del Cares y pronto llenó todo el valle.

Sin embargo fuimos a buen ritmo todo el tiempo y a pesar del lamentable estado de la carretera de Riaño pudimos disfrutar del paisaje a lo largo de todo el trayecto.


A primeras horas de la tarde llegamos a Cistierna tan agotados que decidimos acercarnos a la Estación del tren de la FEVE con la esperanza de coger algún tren que nos llevara directamente a León.

Y así fue, tuvimos la suerte de tener que esperar tan solo una hora para que parase un tren procedente de Bilbao que nos llevaría directamente a León.