miércoles, 26 de abril de 2006

2ª Ascensión al Pico Tesorero (2.570 m.).

El Pico Tesorero (2.570 m.) se encuentra en el corazón del Macizo Central de los Picos de Europa. En su cumbre coinciden los límites provinciales de Asturias, León y Cantabria. La vía clásica para su ascensión parte de El Cable, en Fuente Dé, a 1.834 m. de altitud, lo que supone salvar un desnivel de 736 m. Lo realmente atractivo de la ascensión de este pico es que ofrece las mejores vistas del Picu Urriellu (Naranjo de Bulnes), con la Sierra de Cuera y el Mar Cantábrico al fondo.

Miércoles, 26 de abril de 2006. Los trabajos para la reforma y acondicionamiento del futuro supermercado de Posada de Valdeón siguen su curso mientras planifico la constitución de la nueva empresa. Y en medio de toda esta vorágine organizativa, me he tomado un respiro y me voy de ruta con Julio y Laura, que dirigen el Albergue "Ardilla Real" de Santa Marina de Valdeón.

El plan consiste en realizar una ascensión al Pico Tesorero (la segunda en mi caso) con la posibilidad de intentar regresar por el Tiro Casares (2.374 m.) hasta el sedo de La Padierna y Liordes. Tenemos todo el día por delante y hace un sol radiante pero hay mucha nieve, de modo que vamos equipados con crampones y piolet.

Salimos temprano de Posada con dirección a Potes por el Puerto de San Glorio. Vamos con la furgoneta de Julio y Laura porque tienen intención de quedarse una noche en el camping de Potes. De Potes nos dirigimos a Fuente Dé y llegamos justo para coger el primer viaje del Teleférico. A eso de las 10:30 ya estábamos en El Cable (1.834 m.) dispuestos a emprender la marcha. En unas dos horas y media llegamos a los Horcados Rojos (2.344 m.) para tomarnos un respiro antes de acometer la ascensión al Tesorero.

Y allí como siempre comimos en compañia de las Chovas mientras disfrutábamos de las espléndidas vistas del Uriellu y Cuera. En ese momento, un Acentor Alpino se me acercó para intentar comer alguno de los restos de mi bocata, así que aproveché el momento para fotografiar al valiente pajarillo...

Nada más comer comenzamos con la ascensión. Preparamos los crampones pero pronto nos damos cuenta de que no son necesarios: El sol calienta mucho y la nieve está demasiado blanda.

Y en menos de una hora alcanzamos la cumbre del Pico Tesorero. 14 años han pasado desde la primera vez que estuve aquí, con Tato y Alberto, mis primeros compañeros de aventuras por los Picos de Europa; recuerdo perfectamente cada momento de aquella aventura que nos llevaba a atravesar el Macizo Central.

El día es claro y nítido y nos permite ver con claridad todos los puntos del horizonte y analizar la posible ascensión de Torrecerredo, que tenemos justo enfrente.


La cumbre está totalmente cubierta de nieve y tenemos que andar con cuidado; está bastante blanda y la rimaya sobre la que estamos podría romperse con nuestro peso.


Regresamos sin demora por la Cabaña Verónica (2.325 m.). Allí se encontraba su guarda quien nos desaconsejó acercarnos al Tiro Casares; hay mucha nieve pero con este calor se están rompiendo muchas rimayas por la zona y podríamos caer por algún hueco sin fondo. Así que regresamos rápidamente a El Cable para coger el último viaje del Teleférico. Y llegamos justo a tiempo, por muy poco lo perdemos. De haberlo perdido, hubiéramos tenido que bajar por el Sedo de La Jenduda, 800 metros de caída directa, y las fuerzas comenzaban a flaquear.

Ya en Fuente Dé, Julio y Laura cogieron su furgo para irse a Potes y proseguir sus planes. Yo regresé en solitario por la pista que sube a los Altos de Valdeón. Era tarde y estaba agotado, pero tenía que estar al día siguiente en Posada para supervisar los trabajos en el local del supermercado. La subida por la pista se me hizo eterna, pero llegando a la Vega de Valcavao, cuando comenzaba a anochecer un lobo se cruzó por mi camino; no tuve tiempo de coger los prismáticos, corrió por toda la vega hasta esconderse por los piornales.

Cuando llegué a los altos de Valdeón, comencé el descenso directo por el hayedo hasta Santa Marina. En una de las vegas, un grupo de ciervos pastaba tranquilamente sin importarles demasiado mi presencia. Era casi de noche, pero pude verles perfectamente. Y llegando a Santa Marina me crucé con Cepo, el Mastín de Carlos que cuida de sus caballos. Me pegó un buen susto y me advirtió de que esas no son horas para andar por ahí. A las diez de la noche llegué a Santa Marina, saludé a Josefa y Eusebio y cogí el Trepas para regresar a Posada. Llegué literalmente "machacado", pero con la satisfacción de haber disfrutado de una jornada memorable.


jueves, 13 de abril de 2006

Las Peñas de Cifuentes.

En Valdeón llaman "Peñas de Cifuentes" al macizo formado por la Torre de Friero, la Torre del Hoyo de Liordes, Torre de Salinas y Peña Remoña. Y es que este macizo esta separado del Macizo Central por la Canal de Asotín, por la Vega de Liordes y por Los Tornos de Liordes. Existen dos únicos pasos que permiten cruzar las Peñas de Cifuentes: La Canal de Pedabejo y la Collada de La Chavida. El paso por ambos permite realizar una de las travesías más espectaculares de los Picos de Europa.

Cuando vine a vivir a Valdeón estuve trabajando en varios proyectos que me permitieran ganarme la vida aprovechando los recursos que ofrece un entorno como este. Uno de ellos consistió en hacerme guía titulado de montaña, para lo cual llegué a inscribirme en la Asociación Española de Guías de Montaña. Sin embargo la titulación de "Guía de Montaña" no está reconocida ni regulada en España.

No obstante estoy diseñando varias rutas especiales por los Picos de Europa que permiten disfrutar de la montaña desde una óptica diferente, rutas que pasen por lugares imposibles y que ofrezcan emociones tan fuertes que sean difíciles de olvidar. Y esta es precisamente una de ellas: La Ruta de las Peñas de Cifuentes.

Consiste en un circuito circular que bordea el macizo formado por la Torre del Hoyo Chico (2.356 m.), la Torre del Hoyo de Liordes (2.474 m.) y la Torre de Salinas (2.446 m.) pasando por la Collada de la Chavida (2.160 m.) que lo separa de la Torre de Friero (2.445 m.). Lo he recorrido varias veces para asegurarme del trazado y he marcado con varios hitos los puntos más delicados de la travesía.

En esta ocasión llevo a Almudena y a la pareja formada por Angel Mari y Amaya. A Angel Mari le conozco desde hace años, hacía el mejor pan ecológico que nadie pueda imaginar, y surtía a "La Cesta Biológica" durante los primeros años de funcionamiento. Desde entonces siempre he mantenido una muy buena relación con él. Recientemente se ha separado y hemos hablado mucho de nuestra nueva situación; me anunció que venía a visitarme y organicé esta ruta para la ocasión. Viene acompañado de Amaya, una montañera experimentada que se ha pateado los Pirineos de punta a punta. Pero estoy seguro de que esta ruta no la dejará indiferente.

Nos acercamos con el Trepas al Caben de Remoña procedentes del Puerto de Pandetrave; la pista ofrece panorámicas espectaculares del Valle de Valdeón. Nada más comenzar a caminar hay que dirigirse por la senda que viene marcada hacia la Canal de Pedabejo. Hay dos maneras de subir la canal: Por el pedrero (la ruta normal) o por el Sedo de Remoña (la variante más atractiva pero no apta para montañeros inexpertos). Les llevo por el sedo porque es mucho más interesante que subir en zig-zag por un pedrero interminable.

Tras pasar el sedo llegamos a la parte alta de la canal que se abre hacia el Collado Remoña (2.030 m.). Con las vistas de la Vega de Liordes que ofrece este punto merece la pena tomarse un buen descanso después del esfuerzo que ha supuesto subir desde el Caben de Remoña.

La ruta normal baja a la Vega de Liordes, pero lo que se trata ahora es de buscar el camino más cómodo para bordear la Torre de Salinas procurando no perder altitud, tenemos que mantenernos en torno a los 2.000 m. de altitud.

Enseguida llegamos al Hoyo de Liodes el cual invita a subir a la Torre del mismo nombre, pero tenemos que mantener altitud y así llegaremos a las estribaciones de la Torre Olavarría. Por aquí hay pasos delicados pero espectaculares, y la Torre Santa asoma ya por el horizonte.

Amaya me habla mucho de los Pirineos, pero reconoce estar realmente impresionada de la belleza de los Picos de Europa, es la primera vez que los visita.

Llegamos a un hoyo pequeño que resulta ser el Hoyo Chico, pero una vez cruzado tenemos que descender varios metros por las estribaciones de la Torre del Hoyo Chico en dirección a la Canal de Asotín. Por aquí hay que dejarse guiar por varios hitos que indican el único sitio por donde se puede pasar. Enfrente ya podemos ver el Refugio de Collado Jermoso.

Aquel paso nos permite alcanzar la Canal de La Chavida, inconfundible por la característica silueta de la Torre de Friero y porque invita a subirla hasta alcanzar lo alto de la collada. Tenemos que andar con cuidado porque por aquí hay numerosas simas, algunas de ellas muy profundas, que pueden estar tapadas por la nieve. Cuando llegamos a la Collada tenemos otro punto ideal para otro merecido descanso mientras contemplamos Collado Jermoso, El Llambrión, La Palanca, Torre Santa...

Ahora toca descender la canal hasta el Peñón Chico, y desde allí, caminar por alguna de las numerosas veredas hacia el Caben de Remoña que se distingue en el horizonte.

jueves, 6 de abril de 2006

Barranco de Masca (Tenerife)

Hasta hace muy poco tiempo Masca fue una aldea perdida e incomunicada en el corazón de los impresionantes Acantilados de los Gigantes, al sur de la isla de Tenerife. Sus únicas vías de comunicación con Santiago del Teide o Buenavista eran las largas y empinadas veredas que discurrían por sinuosas laderas e impresionantes barrancos. La otra alternativa era bajar por un sendero rodeado de interminables farallones hasta la paradisíaca playa de Masca y coger una embarcación para llegar al pueblo de Los Gigantes. Hoy se puede llegar a Masca en coche, pero el descenso por el impresionante barranco hasta el mar sigue siendo todo un paraíso para naturalistas y aventureros.

He venido a Tenerife con mi mochila a pasar cuatro días retirado del mundanal ruido. Los trabajos para el acondicionamiento del local de mi próximo supermercado en Posada de Valdeón han comenzado, pero después de varios meses de incertidubre, estudio y planificación de mis alternativas para ganarme la vida en el Valle, necesito un pequeño respiro, unas pequeñas vacaciones en un paraíso que me traerá muchos recuerdos: La isla de Tenerife.

He venido con la intención de recorrer los parajes más salvajes de la isla, pero me he encontrado con bastantes problemas: Para empezar está prohibida la acampada libre por toda la isla, el tiempo está desapacible, los vientos alíseos soplan con toda su energía, hay mucho oleaje, el agua está fría y el nivel del mar está tan elevado que ha cubierto las paradisíacas playas de la punta de Anaga, a donde me dirijía para pasar la primera noche. Pero eso no es todo, me he encontrado la isla totalmente masificada por el turismo, mucho más que hace 9 años, la última vez que la visité.

El primer día, el 2 de abril de 2006, alquilé en el aeropuerto un coche para circular por la isla durante los cuatro días de mi estancia. La primera visita consistía en recorrer la punta de Anaga y acampar en algunas de sus playas, pero en cuanto llegué a Benijo al atardecer pude comprobar que el nivel del mar por esta época del año está tan elevado que cubre todas las playas, imposible acampar. Caminé por la pista de El Draguillo buscando una zona lo bastante alejada como para que nadie pudiera divisar mi campamento, pero nada, todo era roca escarpada hacia los acantilados. Finalmente, en uno de esos resaltes, pude montar la tienda.

Al día siguiente me dirijí al Teide con la intención de buscar una mínima posibilidad para ascenderlo, pero soplaba tantísimo viento que no pude pasar más allá de la Montaña Blanca. El viento era tan fuerte que tuve que refugiarme a comer bajo uno de los famosos "Huevos del Teide".

Busqué otras rutas, zonas de acampada, travesías, algo que me motivara de verdad, pero las posibilidades de hacer algo realmente interesante eran muy escasas. Bajé a Puerto de la Cruz para pasar la segunda noche en un hotel mientras planificaba la ruta del día siguiente. El paseo por el muelle de Puerto de la Cruz me trajo buenos recuerdos de la anterior vez que estuve allí con Marta, en septiembre de 1997, que por aquel entonces era mi novia y la invité a unos días de vacaciones en Tenerife, viaje que pude pagar con el dinero que gané durante mi primera temporada como Socorrista.

Al día siguiente me dirijí a Santiago del Teide para buscar y conocer la aldea de Masca, y lo que me encontré fue un precioso caserío rural en medio de los barrancos que caen hacia Los Gigantes. Durante mi paseo por la aldea pude comprar algo de fruta y aproveché para preguntar a las gentes del lugar la posibilidad de acampar en la playa; todos me dijeron lo mismo, que estaba prohibido, es más, me advirtieron que por las noches la playa estaba vigilada por lanchas motoras de la Guardia Costera. No hice caso, estaba decidido a correr el riesgo, ya buscaría la forma de esconderme, pero he venido hasta aquí en busca de aventura.

Después de comer y a pleno sol preparé el equipo y comencé el vertiginoso descenso por el Barranco de Masca. El sendero, de unos 5 km., discurre por un auténtico laberinto natural que intenta seguir el cauce del barranco rodeado por unos murallones de más de 500 metros. La vegetación es tan exuberante que de vez en cuando aprovecho para descansar en la sombra y comer los riquísimos nísperos que he ido recogiendo de los frutales que abundan por toda la zona.

Al principio me iba cruzando con los últimos excursionistas que habían bajado por la mañana, pero en cuanto me acerqué a lo más profundo del cañón dejé de cruzarme con gente.

En ese momento comencé a sentirme bien, totalmente satisfecho con lo que estaba buscando, una aventura de verdad. Estaba ansioso por llegar al mar y darme un baño en las aguas del Atlántico, a los pies de los Acantilados de los Gigantes, pero el paisaje era tan espectacular que disfrutaba a lo grande de cada uno de los rincones por los que pasaba. En una de estas cascadas pude refrescarme del calor.

El cañón se iba cerrando cada vez más y más, me impresionaba encontrarme allí abajo, en aquel lugar tan recóndito. Pero todavía no se veía el mar, el desnivel que tenía que descender desde la aldea de Masca era de 600 metros, y debían de faltarme unos 200 m.

En cuanto llegué a la zona más profunda comencé a escuchar el sonido del mar, pero ocurrió algo que me sobresaltó sobremanera: Debían ser las ocho de la tarde cuando un helicóptero se adentró en el cañón; el sonido de las hélices era ensordecedor. Rápidamente me escondí debajo de una gran roca. Supongo que se tratara de la Guardia Civil o de la Guardería del Parque Natural del Teno. No lo sé, el caso es que permanecí allí inmóvil durante un buen rato hasta que se marchó. Entonces empecé a pensar que quizás alguien de los que me crucé arriba hubiera podido advertir de mi presencia y podría encontrarme en la playa a la Guardia Civil esperándome...

Proseguí la marcha despacio, escuchando atentamente cualquier sonido que pudiera advertirme de la presencia de alguien ahí abajo. Pero de pronto, el barranco se abre al mar y llego a la playa justo a tiempo para darme un chapuzón mientras el sol se mete en el horizonte tras la isla de La Gomera. Rápidamente escondo la mochila y corro hacia el muelle para quitarme toda la ropa y lanzarme al agua.

Las aguas son muy profundas, no se ve fondo, pero su temperatura es muy agradable. Estoy en un auténtico paraíso, en una playa salvaje, solitaria e inaccesible en medio del Atlántico..., no recuerdo un baño en el mar tan agradable y placentero como éste en toda mi vida.

Salgo de las aguas para secarme y me pongo a buscar un lugar donde acampar. Para ello busco por el interior del barranco, no muy cerca de la playa, un rincón acogedor donde pasar la noche. La temperatura es tan agradable que decido no montar tienda, voy a vivaquear sobre la arena al lado de una gran roca. Pero en cuanto me dispongo a preparar la cena, escucho una lancha motora acercándose al muelle. Rápidamente me acerco para inspeccionar: Efectivamente, tal y como me habían advertido, una lancha motora de la Guardia Costera se acercó y enchufó sus potentes focos contra la playa.


No me vieron, pero entonces pensé que durante la noche podría tener más sobresaltos como este, supuse que la Guardia Costera estuviera vigilando la zona ante la posible llegada de pateras. Pero no fue precisamente esto lo que me despertó a las cuatro de la mañana. De repente, comenzaron a llegar en medio de la noche cientos de aves marinas que no pararon de revolotear y chillar sobre mi cabeza en toda la noche. Posteriormente descubrí que se trataba de las Pardelas Cenicientas, que se pasan el día pescando mar a dentro y regresan a descansar por la noche a los acantilados. Pero de descansar nada, menuda nochecita que me dieron.

Al día siguiente por la mañana temprano desmonté el campamento antes de que pudieran encontrarme, y comencé con la ascensión por el barranco hasta Masca. Hubiera podido coger una embarcación que se acercaría al muelle a media mañana, pero luego no encontraría la forma de regresar a Masca para recoger el coche.

Ese mismo día tuve tiempo para bañarme en las piscinas naturales de Puerto de Santiago, donde disfruté a lo grande del tremendo oleaje, y llegar al pueblo del Acantilado de Los Gigantes para embarcarme en un catamarán que me llevara a recorrer la costa en busca de calderones y delfines, pero las aguas estaban tan bravas que no pudimos ver nada interesante. Esa última noche la pasé en un hotel de mala muerte en El Fraile, cerca de Los Cristianos. Al día siguiente por la mañana visité la Playa del Médano, y por la tarde me dí una vuelta por Santa Cruz. Antes del anochecer cogí el avión de regreso.