viernes, 14 de abril de 1995

Bosque de Hormas (Riaño).

Al norte de Riaño, entre el Nuevo Riaño y la Sierra de Hormas, se extiende por todo el Valle de Hormas un espeso bosque de hayas y robles de altísimo valor ecológico que ha permanecido inalterado por la acción humana y que sirve de refugio a los últimos osos y urogallos cantábricos. El bosque está formado en las cotas más bajas por masas de robles de gran porte bajo cuya cubierta se mezclan acebos, avellanos, arándanos y genistas, y por hayas en las cotas más elevadas.

Visité por primera vez este bosque en septiembre de 1993 acompañado de mi profesor de Botánica Arsenio Terrón, cuando todavía permanecía en el Departamento de Botánica practicando como alumno interno. Arsenio era especialista en Hongos y Líquenes, y colaboré con él en varias labores de investigación entre las que se incluía la detección y posterior inventariado de la especie Letharia vulpina, un liquen escandinavo muy raro cuya presencia en la Península Ibérica estaba siendo muy cuestionada y que recientemente había sido citada en el Macizo del Teleno (por el propio Arsenio) y en la Sierra de Las Batuecas (Salamanca), en ambos casos creciendo sobre roca.

A Arsenio le llegó información de la existencia de un liquen fruticuloso de color amarillo vistoso en el Bosque de Hormas y fuimos a rastrear la zona en su búsqueda. Estuvimos durante dos jornadas enteras buscando sin cesar y examinando a fondo cada roble milenario que encontrábamos a nuestro paso sin hallar rastro de aquel liquen. Sin embargo, cuando estábamos a punto de tirar la toalla encontramos una zona donde había numeroso troncos de robles viejos que estaban muertos pero que todavía se mantenían en pie, esos troncos estaban plagados de Letharia vulpina en su lado con exposición al norte. Fue todo un descubrimiento, hasta entonces no había constancia de la existencia de aquel liquen en la Cordillera Cantábrica.

Realizamos varios inventarios y recorrimos buena parte del Valle de Hormas, lo que me permitió conocer a fondo los secretos que esconde este bosque tan especial, no solo por el liquen escandinavo, sino también por las huellas y rastros que había dejado por allí el Oso Pardo.

En esta ocasión hemos venido mi amigo Alberto y yo con la intención de hacer una acampada por el interior del bosque y seguir los rastros y señales del Oso Pardo con la esperanza de toparnos con alguno de ellos. Estamos en primavera y por estas fechas ya comienzan a salir de sus guaridas en busca de alimento, de modo que si tenemos suerte y nos mantenemos escondidos sin ser detectados podríamos ver alguno de ellos. También buscamos cantaderos de urogallo, como los que he encontrado recientemente en el Pinar de Lillo.

Vamos a iniciar la ruta sin seguir ningún tipo de sendero o camino, lamentablemente el abandono de la práctica ganadera en Riaño como consecuencia de la construcción del pantano ha dado al traste con la valiosísima red de senderos que recorrían estos montes. Llevamos un mapa, brújula, agua, comida y todo el material de acampada.

Dado que no llevamos permiso para entrar (el Parque Regional lo ha declarado Zona de Reserva con acceso restringido) vamos a acceder por la parte alta del bosque desde Vegacerneja para evitar ser detectados por algún guarda y para rastrear zonas lo más inaccesibles posible y tener más posibilidades de hallar rastros o huellas del Oso Pardo.

Hemos salido muy temprano de León y hemos llegado a Vegacerneja a primeras horas de la mañana; el Fura ha quedado aparcado en el pueblo y nos hemos puesto en marcha siguiendo el curso del arroyo Rempín. Un pequeño camino nos lleva hasta la traída de aguas y desde allí hemos comenzado a subir por la ladera atravesando un espeso hayedo hasta llegar a un collado situado a 1.464 m. de altitud, al lado de la Peña de Mura. Desde allí hemos comenzado a caminar siguiendo una pequeña vereda por la Majada de Olloroso hasta que hemos llegado a una zona repleta de piornal que nos ha imposibilitado seguir caminando. Hemos tenido que subir más alto, cerca del Pico Redondo, para evitar tener que cruzar el espeso piornal. Recordamos las palabras de nuestro profesor de Botánica, el catedrático Angel Penas, cuando nos decía que era más difícil caminar por un piornal que por una selva tropical.


Después de parar a comer hemos seguido caminando hasta que localizamos un collado que parecía reunir las condiciones perfectas para montar allí el campamento. Se trata de la Collada Lechugal, situada a 1.572 m. de altitud. El lugar es privilegiado, suelo llano para montar la tienda, un arroyo cercano, piedras y leña suficiente para calentarnos esta noche con una fogata... y con una vista espectacular del Valle de Riaño, a pesar de estar inundado por el maldito pantano.

La primera jornada ha transcurrido sin que hayamos localizado ninguna señal evidente de la presencia del Oso Pardo, no hemos encontrado más que huellas de jabalíes, corzos y ciervos. Unas marcas en un tronco de un roble nos ha hecho sospechar, parecían hechas con unas zarpas, pero no podemos asegurarlo. Mañana vamos a adentrarnos de lleno en el bosque y esperamos tener más suerte.

Hemos cenado una sopita caliente a la luz de una cálida fogata que hemos preparado cuidadosamente en el interior de unas rocas y nos hemos bebido la botella entera de la limonada que nos habíamos traído de casa. Entre el calor de la lumbre y del alcohol charlamos hasta altas horas de la noche antes de meternos en la tienda a dormir. Pero no hemos contado con las bajísimas temperaturas que todavía imperan en esta época del año y con los sacos veraniegos que hemos traído vamos a pasar mucho frío.

En efecto, el agua de la cantimplora se ha congelado, hace un frío de espanto, nos hemos puesto toda la ropa posible, incluso las fundas de los sacos para cubrir las cabezas. Apenas hemos pegado ojo con este frío. Por la mañana temprano hemos tenido que prender otra hoguera para calentarnos antes de ponernos de nuevo en marcha.

Descendemos ya hacia el interior del Valle de Hormas metiéndonos de lleno en el interior del bosque. Rastreamos varias zonas sin hallar señal alguna; un corzo nos ha delatado y ha comenzado a ladrar berridos que se oían a lo largo y ancho del valle, de modo que cualquier oso que pudiera merodear por la zona ya sabe que alguien está pasando por allí. Revolcaderos de jabalí, huellas de corzos, cagadas de zorros, de garduñas, de ciervos... Una huella nos ha generado dudas, pero nada más, ni siquiera hemos encontrado cantaderos de urogallo, y eso que hemos rastreado una zona donde abundaban los acebos.


Al final hemos llegado a El Berzal, la zona donde antaño estuvo el pueblo de Escaro. Pero en vez de continuar nuestro regreso a Vegacerneja por carretera hemos seguido caminando por el monte hasta el Colladiello, donde una pista nos ha conducido directos al pueblo.