sábado, 25 de marzo de 1995

Ascensión al Pico del Lago (2.009 m.).

Entre el Puerto de San Isidro y el Macizo de Mampodre existe un pequeño valle que encierra el único pinar autóctono de la Cordillera Cantábrica: El Pinar de Lillo. Está delimitado por el sur por la Loma de los Pinares de Lillo, una línea de cumbres que culmina en su punto más alto en el Pico del Lago (2.009 m.), y por el norte con el Puerto de Las Señales.

A simple vista nadie podría asegurar que el Pinar de Lillo es realmente un pinar autóctono, de hecho esta consideración ha sido cuestionada por muchos investigadores. Sin embargo el pinar esconde una flora riquísima con especies de incalculable valor científico que no están presentes en los pinares de repoblación. Este hecho me ha llevado a proponer al Departamento de Ecología de la Facultad de Biológicas la elaboración de un estudio comparado del Pinar de Lillo con un pinar de repoblación para intentar sacar conclusiones que despejen cualquier duda al respecto.

El estudio en cuestión requiere de una estimación de la densidad de la población de Pinus sylvestris en el Pinar de Lillo, un estudio de la biometría del arbolado, un estudio estadístico de la distribución espacial del arbolado con análisis de correlación y de varianza, y un inventariado de la vegetación, para lo cual hay que programar numerosas salidas de campo para visitar el pinar objeto de estudio.

Entre tantas salidas habrá tiempo para realizar la ascensión al Pico del Lago, el punto más alto del valle desde donde se puede obtener la mejor visión posible de todo el pinar en su conjunto. Y esta ascensión ha surgido hoy, de una manera totalmente improvisada.

Me han acompañado Marta y Carolina; Carolina forma parte del equipo de investigación y Marta es mi pareja, que hoy ha decidido acompañarnos para echar una mano. Hemos venido al pinar para realizar varios transectos y hemos acabado a la parte más alta de la masa arbórea, donde empiezan a desaparecer lo pinos por efecto de la altitud. Hemos visto la cumbre del Pico del Lago tan cerca que hemos decidido subir a pesar del frío y del cansancio.

Animados por las vistas que puede ofrecer el pico teniendo en cuenta su posición tan privilegiada delante del mismísimo Macizo de Mampodre, nos ponemos en marcha sin parar de mirar el reloj porque nos quedan muy pocas horas de luz. Aprovechamos los pocos neveros que quedan en la cumbre para subir más rápido, a pesar de que Marta no lleva un calzado apropiado para la nieve. Ella es más reacia a subir, está muy cansada y solo desea que regresemos pronto ante el temor de que se nos haga de noche.

Pero ella sabe lo aventurado que soy y que cuando tengo tan cerca una cumbre de más de 2.000 metros de altitud nada ni nadie puede evitar que llegue hasta ella. De modo que ha sido "arrastrada" por mi afán aventurero y finalmente ha llegado con nosotros, eso sí, protestando por cada piedra con la que se tropezaba.

Efectivamente la cumbre ofrece vistas impresionantes, no solo del cercano Macizo de Mampodre, sino también de Peña Ten, de los Picos de Europa, del Yordas, del Espiguete... Asturias está cubierta bajo las nubes, pero nosotros estamos más arriba.

De los Picos de Europa se ven los dos Macizos, el Occidental y el Central: Puedo distinguir las dos Peñas Santas, Torre Cerredo, El Llambrión, La Torre de Friero...

Solo nos queda una hora de luz para regresar a tiempo a la base del pinar donde tenemos aparcado el Fura. Marta está muy cansada y tiene los pies calados por la nieve, está muerta de frío. Aprovechando el cortafuegos que discurre a lo largo de la Loma de los Pinares de Lillo decido que ese será el camino más rápido para regresar.

Cualquier contratiempo durante el descenso hubiera tenido fatales consecuencias, porque llegamos justo a tiempo para ver dónde habíamos dejado el coche. Marta se echó en la parte de atrás del coche y se quedó dormida durante todo el viaje de regreso a León.